Los Muchos rostros de Dios. es el título con que Paulo Coelho identificó un maravilloso cuento que quiero compartir contigo hoy:
“Un novicio estaba en la cocina, lavando las hojas de lechuga para el almuerzo, cuando un viejo monje -conocido por su rigidez excesiva, que obedecía más al deseo de autoridad que a la verdadera búsqueda espiritual- se aproximó.
-¿Puedes repetirme lo que el superior del convento ha dicho hoy en su sermón?
-No consigo acordarme. Sólo se que me gustó mucho. Respondió el novicio.
El monje se quedó estupefacto.
¿Justamente tú, que tanto deseas servir a Dios, eres incapaz de prestar atención a las palabras y consejos de aquellos que conocen mejor el camino? Es por eso que las generaciones actuales están tan corrompidas; ya no respetan las enseñanzas de los superiores.
-Mira bien lo que estoy haciendo -respondió el novicio- Estoy lavando las hojas de lehuga, pero el agua que las deja límpias no queda prisionera de ellas, sino que termina siendo eliminada por la cañería del fregadero. Del mismo modo, las palabras que purifican son capaces de lavar mi alma, pero no siempre permanecen en la memoria. No voy a estar recordando todo lo que me dicen sólo para probar que soy culto y superior a los demás.
Todo aquello que me aligera como la música o las palabras de Dios, termina guardado en un rincón secreto de mi corazón. Y allí permanece para siempre, saliendo a la superfie solamente cuando necesito ayuda, alegría o consuelo”
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