La paz es el sentimiento de serenidad y de poder que se experimenta cuando vivimos en el océano profundo del ser y no en el oleaje tormentoso del tener. La paz es la expresión de una inteligencia que trasciende el intelecto y la emoción, para despertar a la dimensión del propio corazón. La paz es como el surco de una tierra fértil donde podemos sembrar esa semilla del amor, que podrá un día madurar en el fruto sagrado de la libertad. La seguridad, la confianza, y la alegría son consecuencias de la paz.
¿Cómo tomas el desafío de cada día?. ¿Luchas a muerte contra la muerte y el fracaso? Podrías más bien fluir y gozar de la paz del aprendiz que va aprendiendo las lecciones de ese gran maestro que es la vida. ¿Compites para ser mejor que otros?. Podrías ser tu propia competencia y resolver ser sencillamente el hombre o la mujer que, muy adentro de tí, ya eres. Si no tienes paz, no tendrás tiempo, ni posibilidad de disfrutar tus bienes, ni capacidad de gozar de los momentos mágicos que nos trae cada día. Sin paz, nada tendrá la gratuidad de la levedad que te da el rendirte a la corriente de tu vida.
Alguien decía que todas las acciones son como ceros en una gran cifra y la paz es como el dígito que les puede dar valor. Para que la paz valore las acciones de la vida, que sea la paz nuestro punto de partida. Este no puede ser otro que la aceptación incondicional, una actitud que, al generarnos paz, permite comenzar toda genuina transformación.
La ciencia de la paz es la paciencia, condición de ese sembrador que, en nosotros, persevera, pues sabe que en el silencio interno de la tierra se incuba la cosecha. La paciencia es la paz de ese poeta de la vida que, en nosotros, sabe que de la silenciosa sencillez de la crisálida puede emerger, luminosa, la belleza de las alas.
La paz es con nosotros cuando no llevamos el pasado a cuestas y ser lo que somos en presente no nos cuesta.
Cuando afuera arrecia la tormenta, la paz es ese núcleo imperturbable, como ojo de huracán, en el que los más grandes desafíos se viven con la serenidad de quien no pierde la conciencia. De esa serenidad surgimos, en ella aprendemos y hacia ella podemos siempre regresar, porque es el único lugar en que las crisis, por duras que ellas sean, nos pueden enseñar.
La paz no es un armisticio, ni la firma de un tratado en el que los vencedores imponen sus condiciones a los vencidos - esta sólo es la semilla de una nueva guerra-. La paz no se tendrá que negociar cuando aprendamos que la justicia es equilibrio, que el equilibrio nace de la reciprocidad, que la reciprocidad es el ejercicio del amor y que el amor es el fruto de la justicia y de la paz. Cuando aprendamos que de la paz nace la justicia y en la justicia se recrea la paz.
Una paz sin justicia no es posible. Una justicia que no conduzca a la paz no puede ser justa. Paz con justicia es una necesidad de la humanidad, que no podremos conquistar mientras no saldemos las deudas sociales acumuladas por milenios, mientras nuestra diversidad no sea lo que enriquezca nuestra unidad. No hay paz posible donde no existe transparencia, porque la paz es como esa luz que sólo puede pasar a través de la coherencia que nos da la honestidad. Experimentamos la paz cuando renunciamos a la fricción de la incoherencia y nuestros pensamientos, sentimientos y acciones apuntan todos en la misma dirección. Sin paz, aunque las ganancias externas nos hablen de prosperidad, estaremos negando nuestra propia humanidad.
La paz, más que una adquisición externa, es materia prima de nuestra propia esencia. Cuando somos esa paz, podemos multiplicar el sagrado legado de Quien una vez nos dijo: mi paz os dejo, mi paz os doy
¡Démonos la paz¡
Jorge Carvajal Posada
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